Expertos en comunicación estratégica y control de crisis

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Orkatz Orrantia Albizu y Mikel Orrantia Diez. Socios Directores y Consultores

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Sostenibilidad. Establecer un nuevo paradigma: es la hora del conocimiento, de la inteligencia y de la innovación


“ROMPER EL TABLERO DE JUEGO”

establecer un nuevo paradigma, una segunda generación del concepto de desarrollo sostenible. es la hora del conocimiento, de la inteligencia y de la innovación

RESUMEN: En síntesis, se trataría de establecer un nuevo paradigma, una segunda generación del concepto de desarrollo sostenible. La sostenibilidad pasa por hacer compatibles las necesidades ambientales, sociales, económicas y culturales. Esto no significa aferrarse a una de estas patas ignorando las otras. Entiendo que esto es una mala noticia para los amantes del eslogan y del dogma. Pero, guste o no, es la hora del conocimiento, de la inteligencia y de la innovación. Este es el desafío que nos presenta nuestro mundo. Nos va la vida en no fallarle.

 (foto Orrantia) El Blog de Carlos Martínez-Orgado  (14.09.2011) http://carlosmartinez-orgado.org/?p=62                (las ‘negritas’ son de Orrantia)

Todos los días nos desayunamos con una nueva arista de la inagotable crisis económica mundial, en su versión universal o española. Mientras, mantenemos vivos todos los referentes sobre los que se fundamentaron los criterios actuales concernientes al medio ambiente y a la sostenibilidad. Si éstos siempre han tenido un gran contenido de retórica huera y brindis al sol, ahora esto es más evidente que nunca.

Mientras los discursos se mantienen, la realidad abandona a marchas forzadas sus postulados. La máxima dificultad que tienen los políticos occidentales es hacer estos discursos sin que les de la risa. Parece, empero, que desde las gradas de los ambientalistas se prefiere un discurso sin praxis a una praxis con un discurso revisado. Sin embargo, hoy el gran reto para la sostenibilidad y el medio ambiente es encontrar un nuevo escenario donde puedan convivir, de la mejor manera, sus criterios con una realidad económica y social que amenaza con llevarnos a todos y a todo por delante.

En la actualidad, los grandes teóricos dedican sus energías y su tiempo a hacer proselitismo en torno a la idea de si el futuro inmediato está abocado a una nueva recesión o a una situación de contracción económica. La cuestión pudiera ser apasionante si no fuera porque desde un punto de vista ingenieril, la línea que separa ambos conceptos es lo que llamaríamos “cojonésima”, lo que separa -0.1% del +0.1% del PIB. Pero, esto es lo que hay. Por otra parte, el otro dato de partida fundamental es el criterio acrisolado de estabilidad presupuestaria. Esto en su versión, más accesible, sería aquello “de donde no hay no se saca”, que diría mi abuela. O que “no puedes gastar más de lo que ingresas”, que dirían nuestros políticos o cualquiera de nuestros conciudadanos que no llegan a final de mes. No se puede ocultar que ambas líneas rojas determinan el devenir de las políticas ambientales, nos guste o no.

Una de las consideraciones que nunca acaban de aumentar mi perplejidad es la facilidad con la que “nuestros clásicos” y la gente en general no quiere darse cuenta de lo que está pasando. Durante mucho tiempo hemos querido convencernos de que nuestro problema es que “Zapatero es tonto”. Sin embargo, sin entrar a medir errores, el hecho es que o bien su mano es mucho más larga de lo que nos sospechamos o el desastre tiene unas dimensiones cósmicas que le trascienden. No sólo asistimos a una crisis económica sin precedentes, sino que pienso que estamos en una crisis de civilización.

Esto nos lleva a todos al estupor, a la inseguridad y finalmente, al miedo. Se están modificando las conversaciones en los ascensores, del tipo “bonito día sino llueve” o “el tiempo está como una cabra” por referencias de amplio consenso en relación a que nadie entiende lo que está pasando. ¿En todos? No, siempre quedan los irreductibles, los que he llamado “nuestros clásicos” que quieren ignorar la realidad, manteniendo altas todas sus pancartas y aplicando la misma receta a una tosecilla que a una neumonía. Me recuerdan a los muñecos de un futbolín, que por mucho que den vueltas nunca se mueven del mismo sitio.

La propia esencia del proceso de codecisión del Parlamento y el Consejo europeos, hace que los desarrollos normativos se alarguen años y años. De suerte, que el tiempo que transcurre desde que se comienza el diseño de una nueva Directiva hasta que ésta queda traspuesta a los ordenamientos jurídicos nacionales, y más aún a los ámbitos locales y regionales es del mismo orden de magnitud utilizado para la construcción del Monasterio del Escorial. Esto tiene varios elementos indeseables. Uno es que los funcionarios que comienzan los procesos están indefectiblemente jubilados cuando culminan. Al final son pocos los válidos para la transmisión oral de la voluntad inicial de los proponentes. Otro, mucho peor si cabe, es que la foto de nuestra sociedad en el momento de arranque nada tiene que ver con la foto al final del proceso. Esto es así siempre, pero en estos tiempos tan cambiantes y tumultuosos es mucho peor. La sociedad europea, por ejemplo, cuando se comenzó a pergeñar la última Directiva de residuos era una sociedad que nadaba en la opulencia. El derroche y el despilfarro eran moneda común. Ahora, sin embargo nadie tiene un duro y derrochar y despilfarrar ya no es un pecado sino un milagro. Los datos de partida, pues, y el discurso correspondiente está realizado en base a una sociedad de “pijos y ricos” y es apodíctico que estos cimientos no son más que un bonito recuerdo.

Hace unos días he leído la autoevaluación que la Comisión ha hecho de su VI Programa de Acción Comunitario en materia de medio ambiente. Hacen bien en autoevaluarse, porque han quedado como sultanes con un argumentario que haría enrojecer a los más rudos ocupantes del castillo de proa de un barco pirata. La letra pequeña sin embargo, no nos la deben contar porque al parecer han decidido obviar la realización del VII Programa. Me parece lógico desde su pensamiento. Tendrían que elegir entre mantener un discurso de “música celestial” e incumplirlo, “as usual”, en su integridad o desarrollando la cuestión ambiental y la sostenibilidad con la que está cayendo. Como también aquí han aplicado el criterio de autoexigencia han optado al parecer, por profundizar en las últimas fases de la vida contemplativa. Nada tendría que objetar a tan noble tarea sino fuera por que se hace a costa de nuestros esquilmados bolsillos.

Un claro ejemplo de cómo ha cambiado es el asunto del “desacoplamiento”, término de la burocracia de Bruselas del que ya he hablado en alguna ocasión. Pues bien todavía hoy el gran objetivo europeo parece ser desacoplar el crecimiento económico del uso de recursos y de la generación de residuos. En los últimos tiempos hemos visto cómo sin intervención de ninguno de nosotros, los expertos, se ha reducido el uso de recursos y también, casi en un 8% anual la generación de residuos. En este caso, afortunadamente no se ha producido el desacoplamiento, porque estas reducciones van indisolublemente ligadas a la baja del consumo. Si esto se hubiera desacoplado sería para morirse: menos consumo y más residuos. Es obvio que cuando este principio fue escrito nadie pensaba que pudiera existir un escenario de pérdida de consumo.

Uno de los conceptos más relevantes en estos momentos es el de la eficiencia. Muchos ciudadanos consideran que este término es aplicable, casi en exclusiva al sector privado, que siempre anda rapiñando para gastar menos y forrarse. Nada más lejos de la realidad, la eficiencia es una obligación legal para las actuaciones de las administraciones, tal como recoge no sólo la Ley de Régimen Local sino la propia Constitución. Es decir, que todos tenemos que ser eficientes. Y si esto es cierto en cualquier circunstancia, ahora lo es mucho más. Lo contrario a la eficiencia es el derroche y el despilfarro. La ecoeficiencia es una cara de la misma moneda. Se trata, en definitiva, de conseguir análogos objetivos ambientales con el menor uso de recursos y el menor coste posible. Lo contrario de la ecoeficiencia es no conseguir objetivos, derrochando recursos y dinero. Como diría Rafael el Gallo “hay gente pá tó”, pero el que no esté de acuerdo con la ecoeficiencia que levante el dedo.

En mi opinión, el otro elemento absolutamente imprescindible en el escenario en el que estamos inmersos es la proporcionalidad. Es decir, que exista una relación directa entre el beneficio conseguido y los recursos utilizados y el coste producido. Esto es como las dietas de adelgazamiento. Los primeros kilos se pierden fácilmente pero luego cada cojonésima de gramo cuesta un suplicio. Los más finos de espíritu y de cuerpo hablarían de la teoría del coste marginal. En cualquier caso parece evidente que la mayoría podríamos coincidir en que cualquier cambio que suponga una utilización de recursos, hoy casi inexistentes, de las arcas públicas debe merecer verdaderamente la pena.

Por más que nos desagrade es un hecho, incontrovertible, que los presupuestos públicos son finitos. Finitos porque tienen principio y fin, y finitos porque son muy delgaditos. Por eso, las administraciones tienen que asumir que asignar recursos a actuaciones innecesarias, en detrimento de otros gastos sociales es hoy, sin tapujos, un delito de lesa patria.

Las actuaciones ambientales tienen que hacerse, necesariamente, sin complejos. Hay que hacer lo qué se debe y cómo se debe y no intentar asumir todos los antiguos dogmas en el discurso y obviarlos en la práctica. Creo que lo que toca es construir entre todos un nuevo paradigma que tenga en cuenta los máximos anhelos ambientales con la “abracadabrante” realidad en la que estamos instalados.

Por todo ello creo que es el momento de dar un puñetazo sobre la mesa y romper el tablero de juego. Esta partida no se puede jugar en escenarios que nada tienen que ver con el actual. Aunque se me pueda tildar de loco, creo que es la hora de la Política, con P mayúscula, tanto en el ámbito de la Unión Europea como en el de España. En mi opinión desde el final de la década de los 80 no ha existido una auténtica política ambiental en ambos ámbitos. La política no consiste únicamente en hacer seguidismo de una serie de preceptos, pero sí en una auténtica hoja de ruta, con auténticos objetivos, en definitiva con un porqué y un para qué. Desgraciadamente asistimos con excesiva frecuencia a verdades ambientales oportunistas y cortoplacistas, y que la memoria convierte en ridículas.

Cuántas veces hemos visto como una propuesta de un partido de gobierno es adoptada por el contrario al llegar al poder, ante la oposición del inicial impulsor. Cuántas veces hemos visto que la misma cosa es buena, y de derechas o de izquierdas, si la propongo yo y malas si la propone el otro. Esto no es lo que hace falta ahora. Tampoco lo de abrazar dogmas sin contenido como sacerdotes de una nueva religión. Creo que existen religiones suficientes con tradición de siglos y vistosos ritos para inventar otra dedicada a un dios menor, la basura. Desde luego, conmigo que no cuenten.

Concluyo, con la idea principal de este escrito. El gran desafío que tenemos todos es el de realizar la reingeniería de la cuestión ambiental y de la sostenibilidad compatible con la crisis de civilización en la que estamos inmersos. En síntesis, se trataría de establecer un nuevo paradigma, una segunda generación del concepto de desarrollo sostenible. La sostenibilidad pasa por hacer compatibles las necesidades ambientales, sociales, económicas y culturales. Esto no significa aferrarse a una de estas patas ignorando las otras. Entiendo que esto es una mala noticia para los amantes del eslogan y del dogma. Pero, guste o no, es la hora del conocimiento, de la inteligencia y de la innovación. Este es el desafío que nos presenta nuestro mundo. Nos va la vida en no fallarle.

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