Expertos en comunicación estratégica y control de crisis

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Orkatz Orrantia Albizu y Mikel Orrantia Diez. Socios Directores y Consultores

martes, 15 de marzo de 2011

Para combatir en tiempos de crisis: Tres frases de Lewis Carroll y un texto de lectura sobre su obra


Saludos cordiales.
Con permiso de Carrol, voy a citar primero una frase de Quevedo que me encanta. Dice este grande de las letras españolas del siglo de oro que "El árbol de la vida es la comunicación con los amigos; el fruto, el descanso y la confianza en ellos." …Y te deseo, viajero lector de la Web que tengas buen descanso reparador de fatigas y muchos amigos en los que confiar…
Bien convivialmente, ten un buen día. Agur.
ORRANTIA. Asesores de Comunicación

Nombre: Lewis Carroll
Escritor y matemático inglés. Nació el 27 de enero de 1832 en Daresbury, Cheshire (Inglaterra). Falleció el 14 de enero de 1898 en Guilford (Surrey). Fue autor de dos tratados de lógica matemática y de la narración "Alicia en el país de las maravillas".
Lewis Carrol, tres frases celebres, y, una mas una, más, para sembrar la duda y el desasosiego creativo:

1. "Si así fue, así pudo ser; si así fuera, así podría ser; pero como no es, no es. Eso es lógica."

2. "Si no sabes dónde vas, cualquier camino sirve."

3. "Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente."

4. "Él era parte de mi sueño, por su puesto. Pero yo también era parte de su sueño."

5. "Sólo cuando el trabajo se convierte en juego es admisible el trabajo"
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Lewis Carroll
en el país de las sonrisas
"Sólo cuando el trabajo se convierte en juego es admisible el trabajo".
“El Mundo de los Sueños imaginado en los libros de Alicia abunda en juegos filosóficos y del sinsentido y la paradoja, juegos metafísicos y metalingüísticos.”
No es posible encontrar una sola fotografía de Lewis Carroll sonriendo, se escribió alguna vez, con ese tono solemne que tienen las declaraciones llamadas a ser inmortales. No es importante dilucidar cuánto de verdad encierra aquella afirmación tan categórica, inútil sería indagar cuán absoluto e inmutable es aquel gesto adusto y concentrado que nos rebelan todos sus retratos: aquellas palabras son tan elocuentes que perdurarán aun ante ejemplos que demuestren su error. Alguien pensó a Lewis Carroll en estos términos y es suficiente: Lewis Carroll, nacido en Inglaterra en 1838, hijo de un sacerdote puritano, fue profesor de álgebra en Oxford durante veinticinco años. Vestía siempre de negro, era extremadamente conservador. Nunca se lo vio sonreír.
 Charles Lutwidge Dodgson —Lewis Carroll, según eligió firmar aquellas historias que sentía menores e indignas de sus serios tratados de matemática y lógica—, prefirió sonreír de un modo más personal: a través de los libros de Alicia. Sus complicidades y guiños, sus profundas alegrías y el sinsentido que destilaba su humor absurdo, se muestran sin falsos pudores victorianos en los libros que escribió para Alicia Liddell, su amiga de once años.
En un paseo en barca por el Támesis, el 4 de julio de 1862, nace Alicia en el País de las Maravillas, la conocida historia de la niña que cae dentro de la madriguera de un conejo blanco donde encuentra un mundo subterráneo de maravillas. Acompañaban a Carroll las tres hermanitas Lidell y el reverendo Robinson Duckworth, amigo de Carroll. “Cuéntenos cómo sigue la historia, señor Dodgson”, le reclaman en el bote, esa tarde dorada. “La próxima vez”, dice él, cansado de inventar. “Ya es la próxima vez”, insisten las niñas.
Confesará luego que sólo la intención de “complacer a una niña a la que quería” lo llevó a emprender la versión manuscrita y la redacción final, tal cual la conocemos hoy.
“El universo consta de cosas que pueden ordenarse por clases y una de éstas es la clase de cosas imposibles” escribe Carroll en su Lógica Simbólica (1892). “Dentro de este grupo está la clase de cosas que pesan más de una tonelada y que un niño es capaz de levantar”. En el prólogo que preparó para las Obras Completas de Lewis Carroll, Borges recuerda este mismo pasaje y dice: “Si no existieran, si no fuese parte de nuestra felicidad, diríamos que los libros de Alicia corresponden a esa categoría de cosas imposibles”.
El Mundo de los Sueños imaginado en los libros de Alicia abunda en juegos filosóficos y del sinsentido y la paradoja, juegos metafísicos y metalingüísticos.
Alicia se queja de que el Gato de Chesire aparece y desaparece con brusquedad. Entonces el Gato se esfuma lentamente, comenzando por la punta de la cola y dejando para el final la sonrisa. “He visto a menudo un gato sin sonrisa —dice Alicia—, pero no una sonrisa sin gato. ¡Es la cosa más curiosa que he visto en mi vida!”. El accidente sin sustancia. Y una vez más, las sonrisas: la sonrisa del Gato de Chesire y, acaso, la sonrisa del propio Carroll. La Liebre de Marzo le ofrece a Alicia un poco más de té. “Aún no lo he probado —replica Alicia—: así que no puedo tomar más”. “Querrás decir que no puedes tomar menos —le contesta—: es bien fácil tomar más que nada”.
En casa del Sombrero siempre son las seis de la tarde, es la hora del té y se acumulan las tazas sucias. En El país de las maravillas y en su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, no llama la atención tropezar con personalizaciones de conceptos abstractos, como Tiempo y como Nadie. Para ver a Nadie hay que tener muy buena vista: Nadie es invisible, le explican a Alicia. Y Alicia, y nosotros, estamos perfectamente a gusto en este Mundo hecho a la medida de nuestra felicidad.
Carroll visitaba todos los días a Alicia Lidell, que con el tiempo se había convertido en su amiguita preferida. Para entonces, tenía infinidad de niñas amigas. Le sacaba fotos a Alicia y le hacía regalos, le escribía cartas y le contaba cuentos que iba improvisando sobre la marcha. Dicen que la pidió en matrimonio a sus padres cuando Ella tenía once años. Él tenía treinta y dos. Dejaron de verse —debieron dejar de verse—y nunca volvieron a encontrarse.
A través del Espejo comienza con un poema dedicatoria para Alicia: “Aunque la ley del tiempo a los dos nos separe una vida, acoge como ofrenda este mágico cuento con amable sonrisa”.
Carroll vivió, según él mismo dice, "con todo ese amor sobre el vacío, con tanta imposibilidad y con tanta infinita soledad y desamparo", ofrendándole a su musa, agregamos nosotros, lo mejor que tenía para ofrecerle, como corresponde al destino de todo artista.
Alicia murió mucho tiempo después que Carroll, pero, acaso desafiando una vez más la ley del tiempo, en su agonía deliraba y pedía por él: quería oír de nuevo aquellas historias.
“Solamente cuando el trabajo es una experiencia creadora, es decir —sentencia Carroll—, sólo cuando el trabajo se convierte en juego, es admisible el trabajo”. ¿Qué importancia pueden tener, entonces, las fotos? ¿Qué importancia puede tener esa sonrisa que nunca veremos escapar de los labios de Carroll? Así como el Gato de Chesire era, en ocasiones, una sonrisa sin gato, su soñador era, definitivamente, una sonrisa sin foto. Una enorme sonrisa que nunca vemos pero que, cómplice, y tan real como la propia Alicia, nos señala el camino de la magia.
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"Cuando todos los días resulten iguales es porque el hombre ha dejado de percibir las cosas buenas que surgen en su vida cada vez que el sol cruza el cielo."
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